Hace más de un año, en
primavera, me bajé corriendo a la calle cámara en la diestra y paraguas abierto en la siniestra para retratar la tormenta en la idea de que cada vez que cae una en Madrid, ésa, va a ser la última. Parece que el
verano se ha aliado con el
otoño para hacer buenos (en el sentido de ciertos) mis malos augurios, falsas creencias y miedos infantiles. Aún así, como no espabile el
invierno, estas Navidades no van a beber ni los peces en el río.
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