Semana Santa del 2006, extranjeras comiendo pipas descalzas (ellas, no las pipas), esperando el paso de la catedral de San Isidro. A mi, si ando descalzo tres metros por casa, me queda una suela tiesa en la planta igual que a ellas. Me hizo gracia lo cómodas que estaban en la incomodidad de sentarse en una acera y lo espectadoras expectantes de un espectáculo inexistente.
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